El presidente desconoce el reclamo ciudadano y tensiona aún más el vínculo entre Gobierno y sociedad
El reciente veto de Javier Milei a la Ley de Financiamiento Universitario, sancionada en el Congreso con amplio respaldo de la oposición y de sectores sociales, abrió un nuevo capítulo en la confrontación entre el Poder Ejecutivo y la ciudadanía.
En ese contexto La decisión del mandatario no solo clausura una herramienta clave para garantizar recursos previsibles a las universidades nacionales, sino que expone una contradicción política de fondo: ignorar el mandato expresado en la calle y en las urnas intermedias, donde gran parte de la sociedad manifestó su rechazo al rumbo económico y educativo del Gobierno.
Este veto se inscribe en un estilo presidencial que concentra la iniciativa en la Casa Rosada y desoye los consensos legislativos y sociales. La movilización universitaria de abril —una de las más masivas en décadas— había dejado en claro que el financiamiento de la educación superior es un reclamo transversal, que trasciende ideologías y afecta directamente a millones de estudiantes, docentes e investigadores.
A este escenario se suma la señal que el propio Milei dejó trascender: su intención de vetar también el financiamiento al Hospital Garrahan, uno de los centros de salud pediátrica más reconocidos de América Latina y referente en la atención a miles de familias de todo el país. La sola posibilidad de dejar sin recursos a una institución de semejante prestigio y sensibilidad social revela hasta qué punto la lógica del ajuste se impone sobre la preservación de derechos básicos como la salud y la educación.
Con estas decisiones, Milei envía un mensaje político: prioriza la ortodoxia fiscal sobre la inversión en conocimiento y en salud pública, incluso a costa de romper puentes con sectores que hasta ahora mantenían cierta expectativa en su gestión.
La tesis que se desprende de este episodio es contundente: el Gobierno profundiza una estrategia de desconexión con la demanda ciudadana, apostando a una narrativa de ajuste que lo enfrenta a instituciones que son emblemas de la identidad nacional. El costo político podría ser alto: la universidad pública y el Hospital Garrahan no solo son pilares del Estado, sino también símbolos de orgullo, equidad y movilidad social.
Cabe señalar que La norma tiene por objeto garantizar la protección y el sostenimiento del financiamiento universitario a través de la actualización del valor real del presupuesto de las universidades nacionales, la recomposición salarial y el aumento de las becas.
Según la Oficina de Presupuesto del Congreso, su aplicación implicaría un costo fiscal de $1,96 billones en 2025, equivalentes a 0,23% del PIB. Se trata de un esfuerzo relevante, aunque no desmesurado en comparación con otros rubros del gasto público afrontados por el gobierno nacional.
En definitiva, Milei no vetó solo una ley: vetó un consenso social. Y amenaza con extender ese veto a otros derechos fundamentales, planteando un interrogante central sobre el futuro de la democracia argentina en tiempos de ajuste.
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